Entre las muchas peculiaridades del recién nacido y las pequeñas señales que a veces deja el parto, hay algunas que resultan llamativas desde el primer momento y se descubren en el mismo hospital, provocando una variada gama de sensaciones, que van desde la curiosidad a la alarma, pasando por la extrañeza e incluso por una momentánea decepción.
Al nacer, el bebé esta cubierto de una grasa blanca llamada unto sebáceo o «vérnix caseosa», formada por las secreciones de sus glándulas sebáceas y que le ha protegido la piel durante el embarazo, evitando que se macerase al estar sumergido en el líquido amniótico. No es necesario ni conveniente quitarla, pues también le sirve de abrigo y es absorbida por la propia piel. Puede faltar en los nacidos después de las 41 semanas de gestación.
Por debajo de esa capa blanca, la piel de un recién nacido es intensamente roja, en parte debido a la gran cantidad de sangre que circula por ella, pero también a que tienen muchos glóbulos rojos.
Es muy habitual observar un color azulado o «cianosis» en sus manos y pies durante los dos primeros día de vida, especialmente si las tiene algo frías, pues la sangre circula más lentamente en esas zonas y, al perder oxígeno, adopta ese color. En cualquier otra parte, no es normal.
Especialmente en hombros, espalda y frente, suele observarse un vello suave y fino llamado «lanugo», que cae en pocos días. Son los restos del vello que les cubría totalmente desde el quinto mes de embarazo y que empieza a desprenderse poco antes de nacer. Por eso, es más abundante cuando el parto se ha adelantado.
La cabeza del bebé aparece a menudo deformada por un bulto de bordes imprecisos, casi siempre en la región occipital, causado por la presión que ha soportado al pasar a través del cuello uterino. Esa tumefacción, similar a la que se produce tras cualquier traumatismo, se llama «caput succedaneum» y desaparece espontáneamente en pocos días.
Las suturas que separan los huesos del cráneo fetal les permiten una cierta movilidad para facilitar su paso a través del canal del parto y no es raro que la presión lo moldee («molding») y la cabeza coja -transitoriamente- una forma oblonga, o que se produzca un acabalgamiento óseo, es decir, la superposición de uno de los huesos del cráneo a su contiguo, que se palpa como un relieve al nivel de una sutura.
En su cabeza se pueden palpar siempre unas zonas más blandas de forma romboidal, llamadas fontanelas, una mayor en el centro del cráneo (fontanela anterior), cuyo tamaño más habitual es de 2×2 cm, pero que puede alcanzar hasta los 15 centímetros cuadrados, y otra posterior más pequeña. Son zonas donde los huesos que forman el cráneo todavía no se han unido y no reviste peligro tocarlas.
Es normal encontrar los párpados edematosos o hinchados en el recién nacido. A veces, los cambios de presión que sufren en el parto producen una hemorragia subconjuntival, observándose una pequeña mancha en forma de hoz de color rojo en la parte blanca del ojo, rodeando la córnea. Desaparece en pocas semanas sin dejar señales ni secuelas.
En las mejillas y el mentón, pero sobre todo en las alas de la nariz, muchos bebés tienen unos puntitos anacarados del tamaño de un grano de mijo, por eso llamados «milium», que son pequeñas estructuras quísticas donde ha quedado retenida la piel que se muda y que desaparecen después de las primeras semanas de vida.
En el centro del labio superior, casi todos los bebés tienen una zona endurecida que se conoce como «callo de succión», pues parece un engrosamiento del labio producido por el roce, pero no es así. No les causa ninguna molestia y se desprende solo en pocos días.
Al nacer, tanto los niños como las niñas pueden presentar signos debidos a la influencia que durante el embarazo ejercieron en ellos las hormonas de la madre; el más característico es la hinchazón de sus mamas o intumescencia mamaria, de las que a veces incluso sale un poco de leche, popularmente conocida como «leche de bruja». Es importante no pretender vaciarlas, pues podría causar su infección. La tumefacción remite en un par de semanas.
En las niñas, la prominencia de los labios menores y del clítoris es normal al nacer, así como la tumefacción de la vulva, debida a un edema o acumulación de agua que desaparecerá durante el primer mes de vida. En la vagina de las recién nacidas se observa un flujo blanquecino y cremoso, en ocasiones incluso sanguinolento, debido también a la influencia de las hormonas maternas.
Con cierta frecuencia, en los niños se observa un testículo tenso y de gran tamaño, que puede esconder una hernia inguinal, pero que las más de las veces se explica por un hidrocele, es decir, líquido procedente del abdomen que ha quedado retenido en el interior del escroto y que normalmente se va reabsorbiendo por sí solo.
La fimosis, es decir, la estrechez que impide retirar la piel del prepucio y descubrir el glande, es la norma en los recién nacidos y en la inmensa mayoría se soluciona espontáneamente con el paso del tiempo. También es normal que presenten erecciones, especialmente cuando tienen la vejiga urinaria llena.
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