Hipócrates inauguró el uso de este instrumento en los primeros siglos de la era moderna al extraer a un feto con sus propias manos, aunque hasta 1580 no se establecieron las bases del fórceps moderno.
Para poder culminar el parto, el ginecólogo y la matrona disponen de este mecanismo, que les permite ‘coger’ y ‘girar’ la cabeza del feto lo suficiente para que salga adecuadamente. Este aparato, una especie de cuchara doble en forma de equis, viene acompañado por la polémica desde hace años, aunque en la actualidad su uso es seguro prácticamente al cien por cien. El fórceps entra en juego durante la fase del expulsivo, cuando el cuello del útero está completamente dilatado y la cabeza del feto se encuentra ya en el canal del parto. A menudo, su uso se combina con la incisión de una episiotomía que favorece el paso de la cabeza del feto por la vagina.
Sus defensores aseguran que ha salvado la vida a miles de bebés cuando sobreviene el sufrimiento fetal agudo y la madre está demasiado cansada para seguir empujando; sin embargo, es cierto que goza de mala reputación y las parturientas son reacias a su uso. Aunque existen algunos riesgos, en la mayor parte de los casos el estreñimiento o las pérdidas de orina provocadas por su uso desaparecen transcurridos algunos días desde el parto. La perforación del útero, la separación de la sínfisis, la formación de fístulas y los desgarros vaginales son otros de los potenciales problemas. Sin embargo, sólo en algunos casos existe un riesgo permanente de daño en el intestino o en el ano.
A menudo el niño puede presentar pequeños hematomas y otras marcas en la cara, pero esto desaparece a los pocos días. En otras ocasiones el fórcpes oprime demasiado algún nervio de la cara llegando a ocasionar parálisis facial al feto; pero cualquier parto complicado, incluso sin fórceps, se convierte en una situación de riesgo en la que se puede dañar los nervios faciales. Además, puede ocasionar un cefalohematoma –ampollas en el cuero cabelludo– y otro tipo de lesiones cerebrales e intracraneales; aunque es falso que pueda provocar retrasos cognitivos y de desarrollo en los niños. Algunas matronas insisten en que estos problemas están provocados por la propia complicación del parto, que obliga al niño a permanecer demasiado tiempo en el canal del parto, más que por los instrumentos propiamente dichos. Estas mismas profesionales abogan por lanzar una llamada de tranquilidad a las madres, asegurando que, pese a que no es el procedimiento normal de dar a luz, el uso del fórceps se realiza con plenas garantías de seguridad, al menos con todas las que están en sus manos.
Este artilugio puede evitar la cesárea, aunque si finalmente el fórceps tampoco funciona será necesaria la intervención. Un reciente estudio publicado en el ‘New England Journal of Medicine’ aseguraba que el número de hemorragias cerebrales entre neonatos es la misma con independencia de si el parto ha culminado con cesárea, fórceps o con ventosas. Los mismos autores de esta investigación recomendaban que, principalmente en partos primerizos, si el parto no progresa no se renuncie al uso de fórceps. Existen razones diversas por las que finalmente puede ser necesario recurrir a este instrumento. Principalmente, como ya se ha mencionado, se debe a que el feto no avanza por el canal, bien porque la madre no puede empujar más –si tiene riesgo de infarto, por ejemplo– o porque está en una posición ‘errónea’.