Es lógico que los nuevos padres se sientan algo torpes y temerosos al coger a su hijo recién nacido, pero no hay que preocuparse: los bebés no son tan frágiles como aparentan, y se les debe tratar con cuidado pero sin miedo.
Por esa prevención natural, resulta casi innecesario advertir que no conviene dejarlos en brazos de hermanos pequeños, que apenas pueden sostenerlos y cuya curiosidad suele ser poco prudente.
Durante los primeros días, se recomienda evitar que las visitas dejen sin descanso a los bebés y nunca se les debe molestar cuando duermen, aunque, llegado el momento, no hay inconveniente en alborotarlos tanto como plazca mientras sigan el juego. En cualquier caso, hay que evitar el exceso de estimulación, que luego puede dificultar que algunos bebés concilien el sueño.
No hay peligro alguno en tocarles la fontanela con naturalidad, ni en frotarla cuando se les baña, pues aunque no esté cubierto por el hueso, el cerebro no puede sufrir aunque se presione esa zona.
Zarandear a un bebé para que deje de llorar puede ser una respuesta comprensible, pero no es justificable: es peligroso para el cerebro del bebé y ocasionalmente podría llegar a causar la muerte. Lo natural es desarrollar al máximo el instinto protector, que obliga a sostener el cuello del bebé cuando se le lleva en brazos.