Nada nos importa, bueno, decimos que sí e incluso ponemos cara de espanto, de hecho, por un momento hasta nos alteramos y afligimos para a continuación volver a nuestras acogedoras casas a seguir con nuestras cotidianas vidas en las que nada malo sucede a las personas que queremos ¿Problemas? Todos tenemos problemas. Que si no llego a final de mes, si discuto con mi pareja, mi jefe en el trabajo, cumplir objetivos, una grave enfermedad… Estamos tan sobrepasados que todo aquello que pueda ser incluso peor que lo que a nosotros nos sucede, no existe. Al menos no a mi alrededor. No puedo verlo.
Y esas noticias tan escabrosas y aterradoras de la televisión ¡Eso aquí gracias a Dios no pasa! Un secreto, una vergüenza que esconder. Pero ¿por qué? Sólo eres una víctima. Y he aquí la primera reacción de la sociedad. Lo criticamos, lo penamos, lo aborrecemos, pero también lo comentamos. Y lo hacemos con nuestra interpretación. Y mejor no intervengas vaya a ser que… Los adultos miran con pena, los niños no entienden y hasta bromean. Lo hirientes que pueden ser determinadas palabras cuando tu hija de seis años en casa, a solas, te pide una y otra vez que por favor acabes con su vida. El momento en el que se vuelve consciente y alcanza a comprender que aquello que le ha sucedido es aberrante. No, no es algo que promulgar.
Menos aún cuando a tu agresor le detienen cuando tu cuentas sólo con seis primaveras y en cambio es llevado a la cárcel cuando cumples los doce. Una sentencia seis años después mientras sigues conviviendo con esa persona en el mismo vecindario, con gente en común que hasta que las pruebas demuestren lo contrario, no sabe que creer. No, no es algo que promulgar.
Teniendo además en cuenta que aunque la policía te ayuda, son acusaciones en las que se necesita extrema objetividad y sólo por ser un niño los psicólogos dicen que tienes credibilidad media/baja al no haber evidencias físicas que demostrasen las monstruosidades que estabas sufriendo. Tanta gente poniendo en duda tu fatídica experiencia. Te encierras en ti mismo. No, no es algo que promulgar.
Y cuando sale la sentencia y ese “maldito hombre” va a la cárcel ya llevas seis años tomando antidepresivos y viviendo en una nube gris, disimulando tener una vida que no es la tuya sino la que todos pueden comprender porque ni siquiera el Sistema es capaz de dar una ayuda efectiva en estos casos. Apoyo psicológico y psiquiátrico que se transforma en un mundo paralelo lleno de luces gracias a las altas dosis de medicación. Sólo el juicio de los demás es válido y te hace sentir parte de “un algo” y “un dónde”. No, no es algo que promulgar.
Para cuando eres un adulto tu cuerpo ha cambiado, tu cerebro y su fisionomía han cambiado, tú no eres tú ¡Pero ojo! Sigue sonriendo a la gente, ellos necesitan pensar que esto no pasa a cien metros de su casa. Por favor, sigue sacando buenas notas para que en tu colegio, por cierto de élite, te sigan aceptando y así sentir de algún modo que perteneces a un grupo. Cueste lo que cueste. Ahora tú eres tu propio depredador y sí, muchas cosas en el camino han fallado.
Intentos reiterados de suicidio, depresión profunda, trastorno límite de la personalidad, anorexia, paranoias, alucinaciones, autolesiones… Tu mundo hasta los 17 años.
Perdonad, aquí es donde paso a disculparme. Este testimonio que vais a leer no tiene filtros. No es una opinión. Es su voz. El resultado de una promesa que hice a María hace unos años. Una historia de más de quince. La he leído y vuelto a leer mientras la escribía y sólo podía preguntarme, ¿de verdad nadie se dio cuenta? ¿Nadie pudo ayudarles? ¿Están realmente nuestros sistemas legal y sanitario preparados para erradicar y ayudar contra esta violencia física hacia los niños? ¿Y la sociedad? ¿Tampoco los colegios con personas tan preparadas para trabajar con ellos? No, no, no, no y nuevamente no. Pederastia, pedofilia, agresión sexual, violencia infantil…parece que hasta nos hayamos acostumbrado a escuchar estas palabras.
Perdóname María. Yo te tuve cerca y no lo vi. No porque nadie me lo contase. Yo tampoco lo haría. Era algo impensable, algo que sólo ocurre en los medios de comunicación, pero no lo vi.
– Partamos de una base muy difícil. Para llegar al punto al que llegaste ¿hubo algún antecedente que provocase tanto dolor?
Depende de la época a la que te remontes. La primera depresión que tuve fue con seis u ocho años y tampoco sé en qué punto empecé a caer porque tampoco sé si en algún momento me he levantado.
– ¿Quieres hablar de lo que pasó con seis años?
Sí, era alumna de una academia de pintura a la que entré con cuatro años y fuí alumna hasta los seis u ocho. Perdón, es un tiempo que no recuerdo muy bien. Ese hombre cometió abusos sexuales conmigo y por desgracia con otras personas. Una de ellas mi amiga. Ahora mismo aún sigo en terapia por eso y estoy descubriendo poco a poco cosas que por desgracia te gustaría no tener que descubrir y otras que te ayudan a ver como la historia encaja. La parte buena de que vaya encajando es que yo recupero cosas buenas que también pasaban en aquel momento, padres que te quieren, amigos que estaban a tu lado…hacen que ese espacio en blanco de aquella época en la que tu único recuerdo es sólo en el que aparece él contigo en esa academia también tuvo cosas buenas alrededor que tu mente había bloqueado.
– ¿Tus padres llegaron a darse cuenta de que aquello estaba pasando? ¿Cómo lo descubrieron?
No, mi amiga denunció y yo lo negué todo. Incluso el día del juicio llegué a testificar en contra de mi amiga y esa misma tarde confieso en casa que sí que había ocurrido. A partir de ese momento mi coraza se rompe y todo se desata.
– ¿Por qué tenías miedo de decir lo que te estaba pasando?
Es raro, nunca lo he sabido, pero sí que tenía el sentimiento de culpabilidad. Si a tí te dicen que los adultos son buenos, y ves que tus padres son buenos, que los adultos de tu alrededor son buenos y aparece este hombre que era adulto y él es “el bien”, es muy fácil convencerte de que tú eres el mal.
– ¿Crees que además el que él fuera la figura de un profesor intensificaba ese sentimiento de culpa?
Es que además de ser adulto es un profesor. Sí. Es que además no sólo era un profesor, era una persona con relación directa con mi familia. Nos invitaba a comer, a merendar. A todas las personas de la academia y a toda la gente de al rededor aquel hombre les parecía una persona idílica. Con su familia, sus hijos, su academia… Todos le querían.
– Voy a meter mucho el dedo en la herida, pero para ayudar a entender a quien lea tus palabras las situaciones que llegaste a vivir, ¿querrías señalar alguna vivencia concreta?
Hablamos de abusos sexuales muy explícitos. Él tenía una cama en el Centro. Hay cosas que no recuerdo pero sí que puedo decirte que tenía que tocar sus partes, él me besaba, me metía mano. El día que yo denuncié y se recogieron mis cosas de aquel lugar, me enteré de que ese señor había grabado todo aquello en vídeo y sacado fotos y que sus amigos y él se dedicaron a destruirlo todo. No era él sólo.
– Habiendo reconocido todo y visto que tu amiga no mentía, ¿cómo se tomó ella el que no la ayudaras en aquel momento tan crítico de su vida?
No lo sé, no la volví a ver nunca. Nunca me dejaron volver a verla. Antes, por mi edad, yo no lo entendía pero ahora sí. Mi menté bloqueó todo aquello porque no era capaz de convivir con aquella realidad. Mi amiga pudo memorizar todos los momentos incluso algunos en los que al parecer estábamos juntas con él. Ni siquiera aún hoy lo recuerdo. Teníamos la misma edad, ella me lo contó meses atrás y le pedí que se diera de baja de la academia, pero entiendo que decirle algo así a unos padres cuando te ven como sólo una niña hace que pierdas mucha credibilidad. Hablábamos de un “hombre bueno”
– ¿Qué tal esa parte? La credibilidad de un niño o una niña cuando confiesa algo así
A ver, dado que de este señor se vio de repente otra denuncia y que había cambiado de barrio las cosas fueron fácilmente encajando, pero a mí lo que verdaderamente me chocó fue que ví uno de los informes del profesional médico (psicólogo o psiquiatra) para ir a juicio y yo tenía credibilidad media-baja porque no tenía síntomas físicos que demostrasen que aquello había pasado.
– ¿Qué pasó con él al final?
Hubo sentencia a mis doce años (seis años después) y se suponía que iba a entrar en la cárcel durante seis años, pero a mis quince (sólo tres años después) me lo encontré por la calle. Había salido de allí por buena conducta y por enseñar a pintar a los presos. Entonces entro en shock y ese momento marca un grave punto dentro de mi malestar.
– ¿Cómo fue tu vida desde los ocho años hasta los quince que te lo volviste a encontrar?
Una mierda. Realmente estuve deprimida y le pedí muchas veces a mi madre que me matase para acabar con mi dolor. Estuve tomando antidepresivos hasta los doce años cuando se suponía que estaba curada, pero luego a los diecisiete volví a caer otra vez. Yo realmente nunca he salido de la depresión. He estado mejor o peor pero nunca he salido de ella. Hoy en día sigo deprimida, se tapa mejor y aprendes a vivir con ello. A esconderlo. El dormir me ayuda mucho, me alivia. Tuve años mejores en la ESO. La famosa edad del pavo.
– ¿Y en casa? ¿Cómo se estaba viviendo todo esto en tu casa?
Ahora he podido hilar la historia de mi familia y me doy cuenta de que a mi hermana no se le contó mi historia por protegerla. Dentro de esta horrible experiencia llena de miedo ella no alcanzaba a entender la poca libertad que tenía por ejemplo en su adolescencia. Era una historia en la que ella sin saber el por qué, se sentía apartada. Sólo era cuatro años mayor que yo. Lo ha tenido que pasar realmente mal y sentirse muy sola. Mi padre estaba trabajando, mi madre pendiente de que yo no me quiera suicidar, ¿quién estaba con ella? Era muy pequeña y no podía entender lo que pasaba. Era una situación abrumadora para todos y se hizo lo mejor que supimos. No hay nadie preparado para pasar por esto.
– ¿Recuerdas el momento exacto en el que hablas con tus padres por primera vez sobre los abusos que sufrías?
Sí, recuerdo que era por la tarde y estaba viendo Embrujadas en la tele del salón a la vez que comiendo melocotón cuando vi a mi madre pasar a su habitación y le dije “mamá te tengo que contar algo”. Entró, se lo conté, me dijo “tranquila cariño yo no se lo voy a contar a nadie” y se fué. De repente llaman al timbre, yo estudiaba como si no pasara nada, y aparece una chica con su bebé la cual también pintaba allí y me dice “María tengo que hablar contigo”. Recuerdo como allí estaba mi padre, que mi madre se fue a recoger mis cosas a la academia y que se lo encontró cara a cara. No sé qué pasaría, pero seguro que ambos pensaron “si ahora alguno de los dos va a la cárcel María se queda sin un apoyo y ahora nos necesita más que nunca”. Vi absoluta tranquilidad. Vi a mi madre llorar, pero con templanza. En aquel proceso me acompañaron totalmente tranquilos. La policía fue todo lo agradable posible dentro de que tenían que hacer preguntas explícitas simplificadas para que una niña de seis u ocho años lo entendiese bien. Ellos guardaron total tranquilidad en frente de mí.
– ¿Puede olvidarse un niño de algo así?
No. No lo vas a olvidar nunca. Hay una cosa que me gustó mucho de mi terapia en CIMASCAM (Centro de Atención Integral a Mujeres Víctimas de Violencia Sexual) y es que la sociedad te describe como que has sido víctima de abusos sexuales o de pederastia, sin embargo allí te hacen ver que lo que eres realmente es un superviviente. Me parece una palabra muy empoderante para cualquier persona que haya pasado por algo así. Tú no has sufrido depresión, tú has sobrevivido a una depresión. Igual con una violación. Sigues sobreviviendo cada día. Ahora mismo estoy en un momento en el que me encuentro bastante baja y quiero reponerme, pero sé que puedo ayudar a muchas personas, familias, que estén pasando por algo así. Una violencia sexual no se quita con otra violencia. La forma de resolverlo pasa por erradicar el miedo.
– ¿Y en tu entorno? ¿Y tú colegio?
La ESO la pasé más o menos bien. Con el aliciente de que era adolescente con necesidades propias de cualquier adolescente pero inmersa en una depresión con lo que asumí un rol que no me pertenecía. Mientras que yo estuviera delante en mi casa no se discutía.
En el colegio veían mi deterioro, me veían llorar, pero se hicieron oídos sordos. Iba a un colegio de élite porque yo pedí un mayor nivel ya que era muy buena estudiante, encerrarme en los libros me dio un estatus entre mis amigos y la aprobación de muchos además de ayudarme a no pensar. Pero allí me encontré que lo que importaba sólo eran mis notas y lo más que se hizo fue preguntarme “¿estás bien?”. En cuarto de la ESO ya tenía grandes carencias de autoestima. En ningún momento de mi vida mis padres dejan de luchar por mí pero ya había síntomas físicos que podían verse pero nadie parecía ver. Tiraba la comida por la ventana sin que nadie me viese. No paraba de adelgazar y de llorar. Nadie sabía por lo que yo había pasado, pero tampoco se preocuparon al verme caer. Desde primero de la ESO nos preparaban para Bachillerato. No había un día que no me recordasen que después llegaba Bachillerato, y yo podía con aquello y más, mis notas no bajaban del 8’5. Cuanto me apretasen les daba igual. Si lloraba o no o tenía ataques de ansiedad no importaba. Mis notas eran excelentes. Fue en 3 de la ESO cuando me hacen elegir ciencias o letras. Quería hacer Diseño de Interiores y mi orientadora me dice que soy demasiado lista como para hacer Artes. Entonces me veo en Ciencias de la Salud para llegar a ser algo que no quería. No tuve apoyo ni conocí a la orientadora hasta 3 de la ESO. En 2 de Bachillerato saqué matrícula de honor en las dos primeras evaluaciones. Nadie nunca me preguntó allí qué quería ser. Solo se me aleccionaba hacia sus resultados. Yo mido 1,70 metros y ya pesaba 45 kilos.
– ¿Qué es lo último que recuerdas de 2 de Bachiller?
Recuerdo que mi orientadora se dio de baja por maternidad y que vino una sustituta a la que le comento que no puedo parar de estudiar. Que paso el fin de semana y el resto de la semana encerrada estudiando y que no puedo controlarme. Ella me dice que “habrá que ver como evoluciono” pero no se hace nada. No se escribe ningún expediente ni se informa a mis padres, quienes por supuesto ya lo sabían y me ayudaban con todo su empeño. Es cuando empiezo a bajar mis notas cuando se me llama la atención y se me mete en unos talleres de autoestima del colegio en los que termino de darme cuenta de que no puedo más. Lamentablemente aquello acabó en mi primer intento de suicidio y tuvieron que ingresarme. Se habían dado cuenta tan tarde que yo literalmente podría estar muerta. Nadie me preguntó porque era un zombi. Solo importaba que mis ejercicios estuvieran perfectos.
– ¿Cuántos más de tus compañeros vivieron situaciones así? Tu caso es diferente en cuanto a que ya padecías depresión desde los seis años pero ¿y el resto?
Yo estaba en una nube gris y no podía apreciar bien lo que había a mi alrededor, pero eran muchos los compañeros que se quejaban de profesores que les hablaban mal, de que lo que para unos eran flores para otros críticos, compañeros que también se derrumbaban…éramos soldados. Lo gracioso es que cuando me fuí los profesores no llamaron a preguntar cómo estaba, pero a mis amigos más cercanos sí que se les comentaba si sabían cuando volvía. Sabían que estaba ingresada, pero eso no importaba. Supongo que bajaba su media.
– ¿Ese primer ingreso fue en un hospital corriente?
Inicialmente sí, después me derivan a la planta de Psiquiatría del Gregorio Marañón. Allí me encuentro muchísimos niños y niñas, incluso de 9 años, que sufren trastornos de la conducta alimentaria en general, suicidas… He llegado a conocer a una chica que se tiró de un coche en marcha y que sufría quemaduras en todo su cuerpo y a una atleta de equitación de competición que había saltado de un segundo piso y que se había reventado los dos pies. Algo se está haciendo muy mal.
Va a sonar muy duro pero allí aprendías que las pastillas no te matan, “esnucarte” o colgarte tampoco del mismo modo que el alcohol o las autolesiones (entre otros ejemplos que nos da). Si querías morir tenías que ser mucho más creativo porque todo lo que pudieras aprender en internet ya lo sabían los médicos. Los psiquiatras me dijeron en varias ocasiones que lo mejor que podía hacer era permanecer allí el menor tiempo posible. Aquello era un espacio lleno de recursos. Allí aprendí a vomitar, a que si bebo agua antes de pesarme, peso más y me libro de la dieta de 2.500 calorías.
Tuve varias idas y venidas con diversos intentos de suicidio, pero estar allí no me beneficiaba en nada. Mi condición para salir de allí fue comenzar a acudir a tratamiento en un Centro de Día. Tenía uno al lado de casa donde no me aceptan por mi edad. Los grupos de los niños que allí trataban tenían una media de 12 años. Niños que dejan de ir al colegio o al instituto para acudir a un Centro de Día ¿Qué está pasando? Finalmente entro en un Centro en el grupo de jóvenes adultos al norte de Madrid donde estoy durante dos años.
– ¿Hay cosas positivas en esos dos años?
Voy creando una realidad. Pero una realidad real. Cuando yo llego allí tenia ideas paranoides, se me había retraído una parte del cerebro, mis niveles de vitaminas y hierro eran críticos, sufría alucinaciones, tenía pánico. El pánico a no tener un libro en las manos es brutal. En el momento en que me dicen que no podía estudiar más llegué a intentar pegar a una de las profesoras que había en el Centro. Al menos empecé a vivir la realidad.
– ¿Qué tal la gente de tu alrededor en esta etapa?
Mis padres estaban destrozados. Mi hermana aún siendo mayor de edad no tenía permitido pasar a verme. Mi abuela se tuvo que ir de casa. No todos mis amigos estuvieron a la altura. Y apareció Sergio. Sergio es mi actual pareja y estuvo a mi lado a mi entrada en el Centro de Día. En aquel entonces éramos sólo amigos, pero me ayudó mucho a salir para delante. Pensé que él no merecía una novia que estuviera de hospital en hospital. Le quería y quiero muchísimo.
– ¿Crees que el tratamiento que has seguido es efectivo? ¿Tienes ya dada el alta?
Sí, tengo el alta del Centro de Día pero no de Psiquiatría. Aún tengo que ver a mi psiquiatra cada tres meses y a mi psicóloga una vez al mes. Son sesiones de media hora. La terapia no es para nada útil es más bien un control.
No, el tratamiento no es efectivo. Médicamente te dan muchas pastillas, pero el psiquiatra te ve una vez cada tres meses para regular la medicación y el psicólogo una vez al mes y media hora. ¿Cómo puede ser suficiente? Es en Centros de Día donde encontramos más apoyo. Son convenios con empresas privadas. En la Seguridad Social no se encuentra este apoyo. Se intenta, pero no dan abasto. Necesitamos más ayuda.
– ¿Qué te ha ayudado a salir de ahí?
No lo sé. Es una fuerza interna que tengo que me decía que tenía que salir del pozo. La naturalidad de Sergio y el apoyo de mi familia fueron y son fundamentales. También hubo un día crítico. Tomé un líquido altamente tóxico, la policía me llevó al hospital porque no aguantaba a que llegara una ambulancia y una vez allí los médicos no sabían qué hacerme porque debido a la composición del líquido, un lavado podía hacer estallar mi estómago y morir en el acto. Allí le dije a los médicos “que vergüenza estoy desnuda” y los médicos me contestaron “no debes tener vergüenza María, te vas a morir”. Me desperté entubada en la UCI a los días y sólo sé que mi hermana me estuvo leyendo El Principito. Le habían dicho que si estimulas a una persona en coma tiene más posibilidades de despertar. Recuerdo el momento de estar en el coche patrulla y decirle a los policías “mirad lo que le estoy haciendo a mi familia”
– ¿Cómo ha sido el dejar parte de esos tratamientos?
He sido diagnosticada con trastorno de personalidad límite. Estabilizarse es duro. Tengo altibajos pero me encuentro mejor. El problema es cuando me encuentro sobrepasada. Me enseñaron a que la tristeza es algo malo y es una parte de la realidad. Debemos aprender a convivir con ella. Ahora estoy intentando mostrarme más, hablar más de lo que me ocurre.
– ¿Qué le dirías a todas las personas que puedan leer tu historia acerca de tus padres?
Les daría las gracias por leerlo. A mis padres les diría que los quiero muchísimo, que lo han hecho de fábula. Que dentro de lo que por fin he llegado a comprenderles ahora sé que lo han hecho de lujo. Que sigo deprimida. No duermo porque quiero, sino porque es lo más parecido a no sentir nada, pero que soy fuerte y que valoro infinitamente todo lo que han hecho por mí. Que sé que todo lo que han hecho ha sido con la mejor intención del mundo. Sólo les hubiera pedido más humanidad en cuanto a compartir sus miedos, pero entiendo que mi fortaleza estaba en ellos.
– ¿Han tenido ellos algún tipo de ayuda psicológica? ¿Apoyo de algún tipo?
No. Ninguna que yo sepa. Hicieron reuniones conmigo, enfocada en mí, en el Centro de Día. A la pregunta dolorosísima de cómo unos padres no se dan cuenta decir que esto no es como en la tele. Un niño de repente no empieza a hacer cosas raras que identifiquen el problema. Somos niños, todos jugamos o hablamos de diferente manera.
– ¿Qué mensaje te gustaría transmitir?
Creo que en un caso como el mío se necesita apoyo de todos los lados. Del colegio, de la sociedad, de la familia. La primera vez que yo he hablado de este tema fuera de mi familia fue el año pasado. Taparlo no quita que haya existido. Yo pedí a mis padres que lo taparan porque sentía que era un fracaso total. Yo era una niña diez y de repente me veo en psiquiatría. Actualmente la conciencia social es mayor pero hace quince años situaciones así eran totalmente tabú. En el colegio podían reírse de ti por algo así. Tenía miedo que nadie me mirase igual nunca más. Incluso yo al ducharme me dañaba la piel al intentar frotarla para limpiarla.
– ¿Crees que tu caso es aislado?
No. Son muchos los casos en los que hablando con compañeros de clase o amigos del barrio me comentan que ellos han pasado por situaciones de peligro con adultos. Por suerte no llegaron a mi extremo.
– ¿Y los colegios?
Es muy difícil saber lo que pasa por la cabeza de un niño. Pero hay cosas básicas. Si ves que un niño no para de llorar en clase o que tiene ataques de ansiedad que menos que comentárselo a sus padres. Yo no lo hacía por no preocuparles más obviamente. Pero yo no era un adulto. Me veían desbordada. Un día puedes ir desanimada, pero si llevas un tiempo así y sin levantar cabeza…No lo entiendo. Quizás es hora de preguntar qué está pasando.
– ¿Crees que de verdad a la gente le importa que esto esté pasando?
No he solido contarlo mucho pero me sorprende que cuando lo hago la respuesta suele ser “no me puedo creer que esto esté pasando tan cerca de mí”. Supongo que hay miedo y por eso se pone un velo.
– María de esto has salido tú sola
De esto se sale uno sólo, nadie puede sacarte, pero es muy importante saber que alguien va a tumbarse a esperar contigo. Que alguien te “eche una manta” y que espere a tu lado hasta que tú puedas levantarte. El cariño es muy importante.
Por supuesto, que cada cual saque sus propias conclusiones, pero para quien quiera conocer la mía, no paro de decirme “el pederasta lo inicia, la sociedad y el sistema lo aparta”. Necesitamos mucho más apoyo en estos tiempos que corren en los que el monstruo puede salir en cualquier momento y surgir de cualquier lugar. Debemos estar más preparados.
¿Y si lo hubieran contado? ¿Y si hubiera ido a otro colegio? ¿Y si se hubiera mudado de vecindario? ¿Y si…? ¿Y si…? ¿No sufrían ya lo bastante como para encima ser ellos quienes buscasen aún más soluciones? Soy madre, ojalá el mundo cambiase a mejor y estas reprobables experiencias desaparecieran.
Pero disculpadme, esperar no sirve de mucho. Creo que dentro de convivir una situación tan extrema como la de un hijo queriendo morir con sólo seis años, ninguna decisión que se tome para bien de ese niño o niña es errónea. Nadie nace preparado para algo así, ni nadie acaba estando totalmente preparado para algo así. La ayuda de todos es fundamental.
Y gracias María, muchísimas gracias porque sobrevivir aun habiéndote otros arrebatado tu vida y encima pretender ayudar a los demás a entender devastadoras experiencias como la tuya tiene muchísimo mérito. Eres a tus 21 años un ejemplo de superación. Gracias Mujer Global por ayudarnos a poner voz a esta gran superviviente.
Que horror y cuánta tristeza, pensar que un adulto haga eso a unas niñas es terrible, pobrecita.
Desgarrador, ahora mismo estoy llorando de rabia y de asco de que esa gentuza siga campando a sus anchas por ahí, no sé qué se puede hacer, denunciar siempre sí, pero ¿estos chicos cómo superan ESO? Buffff