A los padres les sorprende cuando descubren a sus hijos en sus primeras mentirijillas y no entienden por qué se producen. No se dan cuenta de que en realidad todos mentimos; sí, sobre todo los adultos. A lo mejor sólo son mentiras piadosas, como por ejemplo con una vecina «¡Qué rica estaba la tarta!» y resulta que no os gustaba nada. Pero qué le vamos a decir a la pobre vecina. Por encima de tener un detalle con vosotros y hacernos un postre no le vamos a decir que estaba malo. Hay un montón de ejemplos como estos en la vida cotidiana y los niños son muy observadores.
Normalmente, hacia los dos o tres años es cuando empiezan las primeras mentirijillas pero casi sin que el niño se de cuenta. En su cabeza hay todo un mundo de fantasía que a veces confunde con la realidad: «mamá, yo te he salvado del lobo». No es una mentira como tal, él está fantaseando que puede protegeros, igual que hace el personaje de un cuento. O descubrís que le ha contado a sus amigos que se ha ido de vacaciones en barco y no es cierto. Lo que quiere decir es que le gustaría ir de vacaciones en barco y ahí confunde su propio deseo con la realidad.
Poco a poco el niño descubre además que cuando hace algo que no es apropiado sus papás le castigan, así que empieza a intentar evitar los castigos por medio de una mentira, por ejemplo culpando a su hermano de romper un juguete que ha roto él mismo.
Por tanto, los primeros motivos para mentir son: por imitación de lo que hacemos los adultos, porque todavía confunden realidad y ficción o deseo y realidad, y por temor o miedo a ser castigados. Estos motivos van evolucionando y al temor a ser castigado hay que añadir el miedo a decepcionar al otro, a no cumplir las expectativas de los padres, inseguridad y baja autoestima, proyectar en otro sus sentimientos de rabia o frustración (no se me ha caído el vaso, es que tú no lo has cogido a tiempo), etcétera.
Ahora bien, ¿qué es más importante? ¿la mentira o la causa que les ha llevado a mentir? En primer lugar, no hay que dramatizar con las mentiras, sobre todo si son aisladas o esporádicas. La preocupación debe empezar cuando se vuelven muy frecuentes. Y en este caso la mentira en sí no es lo que debe importar sino la causa que le lleve a mentir. La mentira se convierte en un síntoma, como la fiebre, y hay que descubrir de dónde viene la infección (qué motivos le llevan a esa situación). De este modo podremos ayudarle a solucionar el problema o el tema que le preocupa.
¿Cómo debemos reaccionar ante las mentiras de los niños?
No hay recetas ni un modo único de actuación, pero hay una serie de aspectos a tener en cuenta que espero que os sean útiles:
- Hay que intentar leer o traducir qué se esconde detrás de esa mentira.
- Si el niño se niega a reconocer que ha dicho una mentira no hay que centrarse en que reconozca que ha mentido, sino en poner palabras a lo que él puede estar sintiendo. Por ejemplo si ha mentido sobre quién ha roto el vaso bastaría con decirle: «Sé que no lo querías romper, ha sido un accidente. La próxima vez que cojas un vaso cógelo con las dos manos, ¿vale?», más que insistirle en que reconozca que ha sido él. Lo importante es poner palabras a lo que él siente y darle una salida que le sirva en otras situaciones similares, no acorralarlo para que confiese. Sois padres no policías.
- Aunque es difícil, lo mejor es predicar con el ejemplo. Pero no se debe confundir el hecho de ser sinceros con los niños a que lo tengan que saber todo. Si es un tema que no les corresponde se les debe dar una explicación acorde con su edad para que entiendan que a lo mejor hay un problema pero es algo que tienen que resolver los papás, por ejemplo.
- Si le castigáis por mentir, probablemente lo siga haciendo, y si dice la verdad y también le castigáis entonces también seguirá mintiendo. Hay que valorar la sinceridad, animarle y elogiarle para que lo siga siendo («mamá está muy contenta porque le has contado tu problema, a ver cómo podemos solucionarlo»). De este modo os estaréis ganando su confianza.
- Si las mentiras son muy persistentes y tenéis la sensación de que el tema se os escapa de las manos, deberíais consultar con un especialista.
Recordad que la confianza no se gana en un día, sino que es un terreno que hay que ir conquistando poco a poco. Por tanto, demostradle al niño que puede confiar en vosotros y contaros esos pequeños problemas sin necesidad de mentir. Que estáis ahí para apoyarle, no para juzgarle y perseguirle.